Vuelvo a este lugar. No lo olvidé, sólo lo postergué porque no me alcanzan las 24 horas del día para vivir mi vida.
Estoy en un -casi- muy feo que va a durar unos meses: casi tengo patines y empiezo a practicar RD; casi tengo casa en La Plata donde vivir; casi estoy recibido, aunque falta un toque todavía; casi estoy curado del pie, casi camino con normalidad y casi no me duele; casi estoy en pareja si no fuera porque la única persona con la que me correspondo no me quiere ver; casi siempre que puedo hablo con o veo a mis amig@s; casi soy el que quería ser de chico; casi soy libre.
Cruzo la barrera que me separa del bien (o del mal) con mucha facilidad y vuelo a donde se me ocurre. Proyecto cosas que se me cumplen con mucha facilidad a corto y medio plazo, pero a largo plazo tengo más problemas que un hermafrodita con su sexualidad. Sobre todo lo que no depende sólo de mí, sino más directamente de mi relación con otras personas. Voy, me animo, le juego al celeste 04 dos fichas rojas y la banca me avisa que habría ganado, si no fuera porque el casino quebró hace cuatro años y hace tres que cerró.
Mantengo mi vista puesta en una fogata que me manda señales de humo sobrevolando Buenos Aires. Pero es como un sueño nefasto: cada vez que me acerco, me repele. Como si fuéramos dos imanes de una misma carga (negativa, tal vez?).
Veo diferentes piedras, pocas preciosas, en distintos lugares, o las pulo sólo por diversión, pero ninguna se asemeja a los cristales y diamantes que encontré hasta ahora. Sólo son muestras de colección. [No crean que de esta manera hablo mal de las piedras que me cruzo, sino que me parecen simplemente insípidas y poco atractivas.]
Aunque debo decir que no todo son mujeres en la vida, también existe la amistad y terminar la facultad.
La residencia se volvió más que una alegría como proyecto de tres, una carga pesadísima que me va carcomiendo y necesito sacarme de encima. Ya no es más un disfrute, hace meses que es una tortura. Y la distancia de l@s tres (física y psicológica) no ayuda mucho que digamos.
Me hago el bueno y me creo nuevas amistades del otro lado del mar, cediendo mi tiempo a practicar mi facilidad en idiomas. Lo único que conseguí hasta ahora a cambio es que el juego de la vida me matara a un amigo de mi abuelo que me ayudó alguna vez. ¿Triste? No, paradójico.
Fanatismo por juegos triviales, para ver si soy más inteligente que yo o que mi papá. Pero eso no lleva a nada, como todos los juegos de esa página. Sólo son para entretener un rato.
Ni Virginia Clemm me salva, que, dicho sea el paso, está tan sumida en su propio proceso tétrico, como su contrapartida Leonora. "Nunca más", diría un cuervo, pero no hay cuervos en el hemisferio sur, así que, que vuele un pingüino a rescatarte. Si puede. Yo lo haría, y vos lo sabés.
Sigo caminando, hago mi camino mientras ando. Buscando, intentando, tratando, cruzando, investigando, jugando. Escribo donde puedo sobre lo que puedo como puedo. Puedo. Sé que puedo y lo logro. No lo sé y sigo viviendo. Así ando. Ni lo pienso, sólo actúo. Hago que el accionar se convierta en mi razón de vivir.
Falta un mes para la reunión anual, siempre la pienso con expectativa, pero esta vez a la expectativa de nadie sino de mí. Y de que se cumpla lo que propongo, que no es tanto, pero es demasiado.
La vida no me busca, pero yo la encuentro. Empiezo a creer en que me entra todo lo mío en una maldita valija (patines aparte), a que puedo hacer una masacre en el puticlub mientras le hecho el ojo a una piba con la remera de greenpeace, bailando el pogo del payaso asesino. Sí, ya sé, un baión para el ojo idiota. Y para el mío tmb. Seguramente en otro lado estaré en un loquero, o al palo con científicos. O pase a descubrir las vidas de otras ciudades como si hubiera nacido ahí.
No me quiero despedir, pluma virtual, pero debo hacerlo. Mañana será otro largo día de agonía hasta que tenga alguna certeza responsable por qué despertarme. Y contarle mis secretos. Esos que tanto me gusta mostrar.
Hasta que ese momento sea, seré. O será lo que deba ser. Una vida como se llegue. Iré a asesinar desayunos todas las veces que haga falta hasta hacerle entender a mi nostalgia que no voy a volver a vivir una cosa así otra vez, aunque haya tenido tanta suerte tantas veces. -¿Suerte, fortuna? ¿No era que no creías más en eso?. No sé; soy como l@s viej@s: creo en lo que ya me funcionó y desconfío de lo demás. Viejo como todo animal que llega a la adultez y descubre que la cima de la montaña está pasando la otra colina y no a la que llegó. Me frustra este trekking, pero para qué tengo los pies sino?
A buscar lo que buscaba se ha dicho. Y a levantar oro, esmeraldas y rubíes con poemas bellos y el uso tan mentado de la palabra (tan inútil a veces; tan putrefacta cuando se descubre esa admirable brillosidad).