Un cuento policial
Lo importante es la humillación. Demostrar poder. Dar a entender que soy yo quien manda, quien impone las reglas. El poder ejecutivo se subyuga en mi presencia. El llanto de la persona detenida es la miel de la victoria, la razón del por qué me levanto a las mañanas a rezarle a la virgen para volver sano y salvo. Es lo que hace tolerar la pirámide de mandos y las órdenes del comisario que pedía que Gómez y yo fuéramos ese día de calor a vigilar Cabildo y José Hernández en pleno Diciembre, con el calor infernal y el hormiguero de gente desesperada porque ya se termina el año y no se da cuenta que en una semana empieza de nuevo. Por suerte ese día fue distinto, un poco de diversión.
Estábamos haciendo la ronda habitual, viendo si nos cruzábamos con Gisela, la piba que atiende el local de María, y si esta vez sí se anima a darme el número así le puedo tirar los galgos como se supone que haga. No sabés las ganas que le tengo a esa guacha. O de verla a Lucía, que ya le tiró la goma una vez a mi compañero, un día que su marido se había ido a repartir fiambres a Florida. De pronto nos llama Tonelli con el handy diciendo que un vecino la paró a Gustava porque dos pendejas de mierda le chorearon la billetera y salieron cagando. Estos pungas del orto. ¿No tienen nada mejor que hacer que venir a romper las pelotas a la gente que labura? Y justo un día de calor, la puta madre que las parió. Habría que matarlos a todos a estos negros de mierda.
Gómez puso primera y prendimos la sirena. Creo que es la primera vez en todo el mes que la prendemos, ya tenía miedo que no andara más. No puedo explicar la sensación de adrenalina que me mueve ese ruido; la reacción de la gente, cómo nos miran con respeto porque saben que sin nosotros no son nada. [Las personas comunes no saben defenderse de estos negros, para eso nos necesitan.]
Nos metimos por Echeverría y doblamos para Cabildo. De lejos vemos a Ramirez y Giardetti corriendo a dos sujetas con las características que decían de las Natalia Natalia. Por suerte las alcanzan enseguida porque las pelotudas van con el pelo suelto. ¿No se dan cuenta lo boludas que son? Giardetti es un capo de esto, ya estuvo como en tres persecuciones con chorros en los diez años que tiene de servicio. Dicen en el destacamento que en una casi saca el arma porque se le retobó un guachín en la plaza antes de que le metan las rejas y bueno, la cosa es que parece que no va a joder más ese pibe porque le dejó la pierna partida al medio de un garrotazo. O eso queremos creer. Volviendo al relato original, entre los dos las alcanzan tirándoles del pelo y las tiran al piso. ¡Qué lindo que fue ver eso! Las minas gritaban que no se qué, que ellas no hicieron nada, que el tipo no sé que otra cosa...bah, lo mismo de siempre. Es lo que aprenden en el curso de chorros.
Bue, la cosa es que Gustava y José las levantan con las manos en la espalda, como dice el procedimiento, y las estampan contra la pared. Le manosean todo viendo a ver si tenían un fierro o una faca pero parece que ninguna de las dos tenía nada. Así suelen hacer las pibas, por eso es más jodido meterlas en el buzón. Sacan las esposas y las sientan de golpe y porrazo (el que entendió, entendió) pegadas a la reja del local de telas de Betiana, que está de vacaciones, en la esquina de Cabildo y José Hernández, frente al Banco Nación. Ahí mismo, aparte de nosotros llegó el móvil de Fertucci y Sastre para hacer el aguante y porque cuanto más bulto, mejor. Las malvivientes se ponen a llorar porque dicen que no fueron y que no tienen nada que ver pero yo le creo a mis compañeros. Igual no sé por qué se calientan tanto si después salen enseguida. Si alguien les paga la fianza pueden pasar Año Nuevo con su familia, si es que tienen. Pero que se coman la vergüenza que se merecen por hacer las cosas mal. Si se hubieran buscado un laburo honesto en vez de ir por ahí robándole a la gente que se esfuerza por sacar el país adelante, no les hubiera pasado todo esta situación. Que aprendan que eso no lo tienen que hacer y, de paso, quién manda. Porque si se van a pasar de vivas jodiendo a los vecinos por ahí, las fuerzas le van a caer con el peso de la ley. Y nosotros no nos andamos con chiquitas. Si tenemos que fajar, fajamos, y si se nos tiene que escapar un tiro para imponernos, que Dios te ayude.
Después de eso vino la parte aburrida: el papelerío, dejar las luces girando al pedo, decirle a la gente que siga caminando, pero por suerte en esa veo a la Colo, que me venía esquivando el saludo desde que le pedí la revista el otro día y me pidió que se le pague (¿quién se cree que es? ¿no sabe quién soy yo?), a lo que me pintó decirle "¿viste lo que pasó?" y nos quedamos hablando un ratito ahí sobre cómo están las cosas últimamente, que en la semana de Navidad le sacaron dos especiales de Gente y salieron cagando, pero dónde estaba yo para protegerla (pobrecita, cree que el mundo gira a su alrededor; si sabe que a esa hora yo estaba terminando un pan dulce que nos regalaron en la seccional porque si lo llevo a casa los pibes no me dejan ni las migas) y la rematé chamuyando como el mejor: "No puedo estar en todos lados. La vida del oficial es muy sacrificada." Esa frase me la enseñó Sarategui cuando era Cabo; me dice que las minas se mueren cuando la escuchan. Acá la Colo me miró con la cara de forra que pone a veces cuando me quiere mandar a la mierda pero no se anima porque sabe la que le espera si no me compra la rifa mensual que hacemos para costearnos las vacaciones y los chiches que nos merecemos por nuestro servicio a la comunidad.
Ya terminado esto, que habrá durado hora y media ponele, nos fuimos a tomar un café con los de la patrulla 44 porque nos merecemos un descanso después de tantas emociones. Total, si nosotros vigilamos o no, el mundo sigue girando.