Vuelvo a este espacio mientras el país se cae a pedazos. Con más material para mi segundo libro.
Entiendo que la dirigencia política plantee hacerse cargo de lo que sucede en la economía, lo cual empuja el descontento social, pero no parecen esforzarse mucho por pensar en el pueblo y sí en el empresariado tanto nacional como extranjero que tiene el poder y el dinero para hacer lo que quiera con nosotrxs. Somos títeres de un Sistema que nos quiere débiles, tristes y emocionales, sin una posición clara para discernir entre lo que nos haría bien y lo que les beneficia a ellxs.
Y esto se ve claramente reflejado en la apatía y la abulia que están mostrando últimamente los distintos planos de las juventudes. Es notorio cómo en las escuelas se vive una sensación de desgano generalizado por parte de quienes tienen que asistir a clases todos los días. Hay una conjunción de factores que lleva a niñxs y adolescentes a sentirse mal o no mostrar entusiasmo por aquello que tienen que hacer. No se da en todos los casos, por supuesto, pero es una manifestación que va aumentando paulatinamente y cada vez a mayor velocidad.
Existen varios factores que llevan a que se sientan así. Una de ellas es la falta de una perspectiva clara a futuro. Una continuación de la "modernidad líquida" que planteaba Bauman en la que ninguna institución se muestra como ente organizador en la vida de las personas, y eso incluye las dos que más competen a la juventud, siendo tanto la familia como la escuela. A la cual también puede sumársele el desencanto propio de la contemporaneidad y sus vínculos volátiles.
La familia cambió para siempre, siendo ahora matrimonial, monoparental, ensamblada, reconstruida, de acogida, etcétera. Esto no es necesariamente algo malo, sino que nos da una idea de las diversidades que existen en el mundo actual, con figuras de autoridad familiar que mutaron de lo que dicen los libros antiguos de otras generaciones. Ahí está uno de los principales ejes que se pone en jaque hoy en día: la autoridad familiar. Como aprendimos que el ejercicio excesivo de la fuerza es negativo, y entendemos que tenemos que dejar al niñx ser libre, nos olvidamos en ocasiones de que los límites son necesarios y que somos nosotrxs quienes tenemos que ponerlos. Es aprender sobre la marcha, ensayar qué funciona y qué no y recurrir a distintas fuentes para comprender la mejor manera de educar a la persona que está creciendo tanto biológica como psicológicamente. Por eso no estoy de acuerdo cuando me dicen "yo educo a mi hijo como quiero" porque ahí están despreciando los miles de libros de pedagogía que existen sobre educación, a diferencia de la ignorancia que se tiene en el momento en que un/x niñx nace y se desarrolla. Sí, seguro que de tu profesión sabés un montón y que a tu hijx le conocés como la palma de tu mano, pero tus errores pedagógicos terminan saliendo a la luz en algún momento.
Con esto no quiero defenestrar los esfuerzos de las familias que sí entienden que se pueden equivocar y que hacen lo mejor posible por educar a una persona, sino a aquellas que no entienden que tienen un ser que no puede sobrevivir por sus propios medios si no se le da alimento, abrigo y amor desde la casa. Recuerdo, a modo de ejemplo, un alumno mío de una escuela especial con un evidente retraso madurativo que no podía quedarse quieto ni comprender una consigna básica, pero no sólo por su discapacidad sino porque no atendía a los roles de autoridad escolar. Le consulté a la psicóloga de la escuela qué era lo que le pasaba y su respuesta me dijo todo: "le faltó amor de la casa". Esto que puede parecer un delirio hippie atiende a una dimensión que suele olvidarse en la educación: el amor, el cariño, el afecto, la preocupación por el bienestar de la persona desde la tierna infancia son un alimento más, y me animaría a decir que el más importante. Si nadie se preocupa por vos en tu casa y, en el caso de la adolescencia, desafía tus necesidades de experimentación con respecto al mundo que te rodea, va a existir un déficit que se va a notar. Ya sea introduciéndote en círculos negativos, probando cotidianamente experiencias nocivas para la salud o siendo negligente en las actividades cotidianas, por ejemplo. Por eso la falta de un/x alumnx por mucho tiempo a la escuela es una señal de alarma de que algo malo le puede estar pasando.
Hablando de esta institución, ya escribí un libro entero sobre el tema, pero no está de más repetir que es un sitio que se creó con un fin hace ya muchos cientos de años, pero que sigue vigente y ahora con una obligatoriedad que exige que el alumnado vaya y se presente y obtenga resultados en base a su desarrollo diario. En la infancia es más sencillo de comprender, dado que no suelen presentar demasiadas resistencias a lo que dicen sus figuras maternas y paternas, pero en la adolescencia este camino pedagógico está poniéndose en duda y dejando ver una de las consecuencias que nos dejó el encierro del 2020: la falta de perspectiva a futuro. Ya nada tiene sentido. No se sabe para qué se hace lo que se hace. La abulia se muestra como protagonista de clases en las que el alumnado va sólo a calentar la silla, jugar con el celular o pensar en otra cosa que en estar 5 horas (en promedio) encerradx en un sitio, aunque haya docentes y personal pedagógico que se esfuercen por que esa persona busque su vocación o su razón de ser en la escuela. Pero no es lo que quiere. Y sabe que sabemos eso. Entonces: ¿qué hacemos? Porque expresa su desgano con desafíos a la autoridad ya sea enfrentándole cara a cara, mintiéndole o sentadx sin hacer nada. Ahí es cuando desenrollamos nuestras herramientas para saber qué hacer, muchas veces fracasando en el intento. Y la escuela empieza a dudar de sí misma nuevamente como institución útil para la juventud y que nuclea expertxs en el tema. Dudamos de nuestra propia labor, de lo que hacemos a diario durante más de 25 años, dudamos de lo que nos pasa como personas, de si realmente servimos para esta profesión... o nos quedamos viviendo una indiferencia despreciable porque ya nos rendimos hace rato. En ese momento gente que nunca dio clase nos dice "deberían hacer las clases de esta u otra manera", lo cual respondemos con violencia, ya que lo dicen desde una posición fuera de juego, sin tener idea de lo que se siente la frustración en un aula frente a 25, 30 o 40 pibxs.
Acá le hablo particularmente a quienes se dedican a la docencia: la frustración es parte de lo que nos pasa. Y está bien que algunas clases salgan mal o no salgan como esperamos. Somos seres humanos y trabajamos con seres humanos. Podemos hacer nuestro mejor esfuerzo, planificar, ponerle mucha voluntad y prepararnos durante años con capacitaciones, cursos y posgrados, pero la educación no es una ciencia exacta; las clases pueden ser catastróficas, podemos ser ninguneadxs por el alumnado e incluso pueden herirnos tanto psicológica como físicamente... pero siempre algo positivo queda. Si damos lo mejor alguien, en algún momento, lo va a agradecer porque lo va a sentir. Y trabajamos con personas que sabemos que podemos educar hasta cierto punto, porque tampoco somos superhéroes. Enseñamos, ayudamos un ratito y después cada cual sigue con su vida, con los puntos buenos y malos que tiene. No sirve de nada hacernos mala sangre porque alguien no hace nada en nuestra clase. Nuestro esfuerzo, si es que lo hacemos, está hecho. Y no lo digo para rendirnos sino al contrario, para motivarnos de que mañana será otro día y quizás ese consejo que no quiso escuchar hoy, mañana le sirva para salir adelante en la vida.
La juventud es receptora y transmisora de lo que pasa a nivel social, sumado a la influencia que tienen de las redes sociales y la tecnología actual que le mantiene en vilo constantemente, incluso afectando sus horas de sueño. Tienen como rasgo positivo una constante adaptación al cambio (aunque de manera limitada) y aceptación de la diferencia (en ocasiones), pero por otro lado se pierde la atención y la concentración. Les obligan a vivir el momento; el hoy como el momento exacto de la vida, sin un futuro prometedor o claro lleno de oportunidades. Hoy está en TikTok, Twitter e Instagram, mañana no sabemos qué va a pasar.
Sumemos los casos en los que lxs adultxs con lxs que vive hacen caso omiso a citaciones por parte de la escuela para hablar de su comportamiento o una falta de interés por saber qué le sucede y ya tenemos otro caso más de un/x adolescente sin ganas ni motivación que hace las cosas "porque sí". Y esto es sólo un ejemplo de algunos factores. Sé que me faltan más porque lo que sucede es muy reciente y todavía no hay grandes investigaciones sobre el tema, pero esperen un par de años y ya se hablará con más fuerza en los medios y en los círculos de investigación... si es que se quiere cambiar la situación.