sábado, 2 de octubre de 2021

Ángel de la soledad

 No puedo pretender que todas mis entradas sean sobre política y crítica social. Hay días en que necesito expresar lo que tengo dentro, lo que soy y lo que construí adentro mío en los últimos 32 años.
Estoy saliendo de mi zona de comfort de viajes por primera vez desde hace muchos años y encontrándome con lo que acumulé adentro mío para ponerme a pensar en qué es lo que realmente me pasa. Y comenzar a trabajar en el mundo de la salud mental también hace que reflexione sobre mi pasado y presente, y sobre la vida que tengo.
¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Para qué hago lo que hago? ¿Cómo fue y es mi vínculo con las demás?
No es fácil llegar a la adultez entero y sin rasguños. Pero los años van enseñando que parar la pelota te enfrenta con el espejo, te guste o no lo que ves. Y sí, me gusta lo que veo, amo mi reflejo y me siento muy orgulloso de todo lo que logré hasta ahora, sabiendo que es el primer paso de todos los que voy a dar. El dilema no es ese por suerte, sino la alteridad. Las cenizas que quedaron en el suelo de la última vez que alguien me dijo buen día apenas me desperté y los resabios del aroma de una noche de sueños compartidos. El desgano de salir a buscar algo que no sé cómo encontrar ni con la paciencia que tenía hace unos años de soportar teorías inconexas. Ya no soy el que era de chico, aunque el reclamo es el mismo, desde otro lugar, del mismo frente. 
Los días soleados ayudan a florecer, ese es mi consuelo. Y mi caballo de metal me ayuda a llegar más rápido al lugar que desconozco, siempre yendo con la soledad a cuestas. 
Cuesta.
Soy áxido y sin filtros, me siento a veces adicto y procastinador porque la voluntad no alcanza para llegar a donde quiero llegar. Son pensamientos etéreos, vanas preguntas que quedan en el aire, incógnitas que se resuelven trabajando duro y encontrando palabras bonitas en voces sin rostro. O al menos eso es lo que dice la teoría. La realidad es un poco más compleja y sin finales felices.
Me toca enfrentarme a mí mismo y darme cuenta que sólo yo me tengo cuando me necesito. Cuando el abrazo puede ser salvador pero pedirlo, innecesario. Inspirarse en las incipientes nubes hasta verme desnudo con mi alma sola. Rogarle al futuro por seguir siendo yo el resto de mi vida.
Compartir lo que más anhelo sólo para que la otra persona me sonría cuando se lo digo y le hablo del tema.
¿Pero esto te pasa siempre? No, sólo a veces estoy así, pero es necesario decírmelo y comprenderlo para poder trabajarlo. Soy una mezcla de contradicciones que camina a un paso que a veces parece detenido en el tiempo y por otras como un haz de luz que no se muestra con facilidad, que no deja pasar el malestar ni hacerlo notar a los demás. No son las miradas, es el yo.
Regurgitarme y escupir lo que mejor sé hacer que está mezclado en ese mazo de cartas que barajo con paciencia sin final.
Resucito la acción poética que se esconde en las paredes de mi mente para mostrarme que no sólo soy una materia gris bonita y admirable. Tengo un corazón latiendo con fuerza, y tengo necesidades como cualquier ser humano, aunque no no no lo manifieste con agudeza.
Soy un virus en el Sistema, un glitch en la formación de esta generación, un error en la Matrix que busca la antipsiquiatría antes que tomar las pastillas. Pero más allá de las jocosas etiquetas, sigo siendo yo. Una persona común y corriente, que come, que bebe, que ama y es amado. Que espera a la Mesías con la mesa preparada todos los días y una lista de temas para una conversación agradable, haciéndole creer que no la extraño y no la esperé todo este tiempo. No sé si el amor existe, pero mis sentimientos son eso, lo que me dicen que son, sin tapujos, sin presiones y sin pestañear porque quizás pueda hablar mucho de mí y nunca me falten temas, pero la vida está hecha para ser compartida.

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