Luego de una charla con mi abuela me di cuenta que nos enroscamos hablando de una forma de vida que conoció ella y que yo apenas percibí en los ´90, que ya dejó de existir. ¿Para siempre? No lo sabemos.
Ya no podemos pensar un mundo sin celulares, sin computadoras, sin nuevas tecnologías que nos van modificando la calidad de vida constantemente, para mejor o para peor.
Ya no sabemos si lo que buscamos en internet es real o no, cuando incluso lxs propixs periodistas desinforman o malinforman, confundiendo información real con falsa. Por un lado es positivo que no exista más una verdad absoluta, inobjetable y supuestamente empírica, pero por el otro no sabemos en qué creer ni en qué basarnos. La concepción que teníamos de cualquier tema se convirtió en polvo luego de la última pandemia. Dudamos de todo lo que vemos, oímos y conocemos.
No sabemos qué hacer cuando hablamos de un tema o cuando alguien nos comenta alguna noticia. No hay diferencia entre si lo que se publica son sandeces privadas o noticias serias. No distinguimos lo importante de lo banal.
También estamos quienes vivimos parte del siglo pasado, como si el cambio de milenio hubiera ido cambiando paulatinamente quienes somos y qué objetivos tenemos o cuál es nuestra cosmovisión (o "cosmoaudición" como dirían lxs Tojolabales). No se promociona la lectura masivamente, no se plantean debates en plazas, en reuniones cara a cara, en asambleas multitudinarias... todo pasa por el mundo virtual. Y así como es de virtual, así nos distanciamos y diferenciamos de la mirada, de la comprensión de la otra persona y del abrazo. Sí, es un beneficio para organizar algo colectivo, pero es más difícil bucear entre opiniones encontradas, entre diálogos que no llegan a ningún lado y entre granjas de bots (no puedo creer que exista algo así de distópico) que dicen mentiras para agradar a quien les programó.
No hay más momentos incómodos porque no hay más momentos de esparcimiento colectivo: todo está mediado por el celular.
La "moda" es efímera, volátil y visual. No sirve de nada escribir mucho, ponerse a racionalizar o predecir comportamientos en grandes tesis porque nadie las lee. Escribir pasó de moda; ahora lo que vale es hacerse viral con videos. Y mal que me pese, si quiero colaborar para mantener la estabilidad del teatro me voy a tener que subir a ese caballo, aunque los coces del nuevo milenio me quieran tirar al piso y hacerme morder el polvo. Me encanta escribir, así como lo descubrí de manera expresiva, resiliente para conocerme a mí mismo y entender lo que me pasa. Otra de mis pasiones que me atrapó y que me besa la mejilla porque le rindo honores mientras me hace inmortal.
¿Nos olvidamos acaso de los beneficios de la escritura? ¿De la dedicación de palabras específicas, de colores y sabores que se pueden sentir en el descubrimiento de nuevos libros y de la charla con personas afines? ¿De los silencios que se sienten en las bibliotecas mientras los libros hablan entre ellos?
El silencio. Eso es lo que dejó de percibirse y cada vez atonta y marea a más personas sin que se den cuenta. O nos demos cuenta de que todo ese bullicio que pasaba en nuestras cabezas no era producido dentro de nuestra mente sino en el medio que nos rodea. No podemos apagar esa música constante y ese latido de las máquinas que todo el tiempo nos invaden con sus pitidos, motores, golpeteos, regurjitaciones eléctricas o mecánicas.
Ya no se considera a los medios naturales como aliados de nuestra vida sino como un estorbo, olvidándonos que somos uno con la naturaleza. Y cuál es nuestra naturaleza.
Dejamos de ser nosotrxs en un mundo que poco a poco va prescindiendo del ser humano, aunque se empecine en seguir reproduciéndose y seguir amalgamándose con sus creaciones futuristas.
Preparamos a las generaciones futuras para mundos que no conocemos, porque hace diez años el planeta era uno y ni nos íbamos a imaginar las catástrofes bélicas (aunque un poco predecibles), las calamidades climáticas (aunque también gráficamente comprensibles) o el encierro colectivo que nos atravesó como una lanza en el pecho de la calidez social. Hoy salimos de a poco de ese terror individualista, prestándole mayor atención a nuestra salud mental y a nuestros seres cercanos, porque no sabemos si mañana vuela todo por los aires nuevamente y nos prohíben volver a vernos... otra vez.
Mientras tanto, no queda más que seguir documentándonos de la manera que sea, considerando quienes somos en un presente que se asemeja más a Skynet y menos a las complicaciones neuróticas del Siglo XX.
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