Todo este caos pandémico mundial puso al mundo en vilo y es una buena oportunidad para cuestionarse los valores que quedaron en pie de la Modernidad. La escuela creo yo que es el que quedó más inalterable de todos los que se suponía que "duraran para siempre", pero hoy lo quiero volver a poner en duda (como ya lo he hecho en otras ocasiones por este medio y en otros escritos que hice).
¿Cómo es dar clase en estas circunstancias tan inusuales como las que nos tocan vivir y por qué me inspiró para escribir esta entrada? Lo que hace unos años se creía que era "para el futuro" o que algun@s docentes consideraban impensado, como es el hecho de dar clases 100 % virtuales, se hizo realidad de manera casi espontánea, sin que hubiera una real planificación para hacerlo. El impedimento de contacto físico, que tanta falta nos hace como seres humanos, obligó a las circunstancias a modificarse y a que l@s docentes aprendieran de prepo a dar clase a la distancia. Este es el futuro tan ansiado, ¿no? Nos obligaron a aprender a usar Zoom, Skype, Aula Virtual y otras plataformas que no teníamos idea que existían en su mayoría antes de este apocalipsis momentáneo del mundo moderno. Nos obligaron a planificar de manera conductista y a seguir las reglas, cuando NO TOD@S l@s docentes aprobamos esa corriente pedagógica y justamente es la que tratamos de combatir cuando citamos a Freire o utilizamos técnicas de Montessori. Nos obligan a conectarnos a internet a una hora determinada, aunque no aparezca ningún alumn@ y a estar ahí pendientes de qué puede pasar o qué pueden decirnos est@s querubines que también desbordan de ansiedad por pasar un año de su intensa existencia encerrad@s con las personas que más amanodian y con las cuales se ven obligad@s a negociar.
Hay que recordar que el tiempo no transcurre de igual manera en la niñez, adolescencia o adultez. En la niñez todos los días son oportunidades para jugar, para aprender algo nuevo, para descubrir al mundo, para preguntarse el por qué de lo que le sucede alrededor.
En la adolescencia cada día es el presente, es el hoy, no hay mañana ni ayer, hoy es lo que cuenta. Cada día es la oportunidad para hacer todo lo que se puede, todo lo que surge del interior, todo lo que le apasiona. Porque posiblemente mañana ya no le guste más o se extinga el mundo, no importa. Hoy es el día para hacer las cosas.
La adultez se maneja por reglas establecidas socialmente. Hay responsabilidades que cargar, horarios que cumplir y cuentas que saldar. El reloj y el tiempo son importantes para esquematizarse y armar una rutina para su vida y para todas aquellas personas a su alrededor que no pueden organizarse en una. Cuando termine con las tareas fijadas, se podrá continuar con el ocio y el disfrute como recompensa.
Bueno todo esto era así antes de la cuarentena. Ahora "todos los días son hoy", como dijera Ricky y si se puede sobrevivir a esta debacle se saldrá adelante siendo otr@s, agradeciendo por la maravilla que es salir a la calle y abrazarse con los seres queridos.
Vuelvo al tema principal. Como profesor de teatro, ahora no en ejercicio lamentablemente, no entiendo cómo se puede disfrutar una clase sin ver la cara de felicidad y satisfacción por la expurgación de pasiones por parte del alumnado. Pero "en teoría" se puede dar una materia práctica por internet, no? Por este nuevo medio lo único que nos queda es confiar en que el alumnado va a dedicar horas de su vida a nuestra materia, le guste o no (más o menos lo que pasaría si fuera a la escuela). Esto por supuesto es sin contar el estrés que le supone a cualquier persona, y más a una rebosante de hormonas con cambios sustanciales sucediéndole todo el tiempo. No estamos contemplando que esa persona a la cual le exigimos tareas también tiene sus propias complicaciones para poder realizarlas, que tienen que ver con cuestiones psíquicas que se deben entender desde el encierro, y, al no haber cuadernillos y cursos online que nos expliquen cómo trabajar en estos casos, puedo decir que desde la docencia no hay un real entendimiento de lo que les está sucediendo dentro de la cabeza (al igual que en la escuela, no?). No quiero por este medio criticar a mis colegas; se hace lo que se puede con lo que se tiene. Es una situación absolutamente extraordinaria como nunca se vio en la Historia y tiene mucho sentido que nadie esté preparad@ para afrontarla, aparte de que "the class must go on" porque no se puede dejar a l@s niñ@s sin ese derecho elemental que es la educación... aunque la misma no siempre le signifique un aprendizaje significativo.
¿Tod@s l@s alumn@s van a poder reaccionar igual a las consignas dictadas por l@s docentes? Claro que no, y de hecho en muchos de esos casos las consecuencias pueden ser catastróficas porque no estamos teniendo en cuenta las circunstancias en las que viven est@s pib@s (por citar algún ejemplo, puedo hablar de la autoexigencia que puede tener un/a preadolescente con una entrega en un tiempo puntual, lo cual todavía no está preparad@ a realizar y toda la presión innecesaria que eso le genera).
Pero bueno, no seamos tan fatalistas. Algo bueno debe tener esta nueva metodología. ¿No? Sí, hay ciertas posibilidades que no se tenían antes de esta cuarentena, siendo la principal que la familia pueda (y deba, en algunos casos) involucrarse activamente en las tareas que realizan sus hij@s en el colegio, ahora sin excusas. Otra cuestión relacionada con esa es el interés en todo lo que haga esta criatura, con lo positivo que ello es en la infancia (no tanto en la adolescencia) y la posibilidad de hablar de ello para ayudar a esta persona a crecer.
Ahora sí, releyendo el título me pregunto: ¿es necesaria la escuela? Sí, lo es. Pero no esta escuela que l@s obliga a l@s pib@s a hacer tareas y participar de materias que no les interesan, sino una escuela activa, viva, que deje lugar a la imaginación y a la creatividad. L@s niñ@s y adolescentes son investigador@s nat@s, hay que dejarl@s ser. La escuela debería ser el sitio principal de socialización y de descubrimiento de nuevas ideas, no un lugar para enfrascarse en una ética que dejó de existir hace tantísimos años. Después de esta hecatombe nos vemos obligad@s a transformarla, pero en algo que les haga bien, no en este cachivache al que asistían antes del encierro colectivo mundial. Está en nuestras manos poder hacer cambios graduales que transformen el espacio educativo en un espacio de aprendizaje significativo, de construcción de un ethos que beneficie a la mayoría y no a un@s poc@s que están en el Poder.
Sé que parece imposible, pero no somos poc@s l@s que andamos en este camino para lograr la libertad y la independencia de l@s jóvenes y liberarl@s del adultocentrismo que gobierna todos los ámbitos sociales. Que ell@s manejen las leyes del mundo laboral o de las esferas financieras como les parezca, pero que la escuela se la dejen a l@s protagonistas.
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